Como cada año comenzamos el mes de noviembre con dos fechas de mucho contenido humano y cristiano.
El día 1, festividad de Todos los Santos, haremos memoria de todos los hombres y mujeres que a lo largo de la historia han sido fieles al camino de Dios. El día de 2 de noviembre, hacemos memoria de los Fieles Difuntos. Día que nos invita, desde la fe, a una reflexión profunda y a recordar con cariño a quienes ya partieron.
Estas fechas especiales en el calendario, nos invitan a honrar tanto a los santos como a nuestros seres queridos fallecidos. La devoción a María Auxiliadora cobra un significado especial, como madre que nos acompaña en nuestro caminar terrenal y, especialmente, en la esperanza de la vida eterna.
El 1 de noviembre, la Iglesia celebra a todos los santos. Aquellos que, a través de sus vidas, han testimoniado el amor y la gracia de Dios. Estos ejemplos de fe, entrega y sacrificio nos impulsan a vivir en comunión con el Señor. En esta celebración, María Auxiliadora brilla como modelo de santidad y fidelidad, acompañándonos como protectora en nuestro camino de fe. Podemos pedir su intercesión para crecer en santidad y ser testigos del Evangelio. María, como madre, permanece cerca de sus hijos, guiándonos y velando por nosotros en nuestro propio camino hacia la santidad.
El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, es un día dedicado a recordar y orar por aquellos que han partido hacia la casa del Padre. En esta jornada, la Iglesia subraya la importancia de la comunión de los santos, recordándonos que nuestras oraciones pueden acercar a las almas a la paz divina. Y así lo expresamos con nuestras oraciones: “Dales Señor, el descanso eterno. Y brille para ellos la luz perpetua” o “Que las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz”.
A través de María Auxiliadora y su intercesión, podemos encontrar consuelo y fortalecer nuestra fe en la vida eterna, confiando en su protección.
Don Bosco, promovió la advocación de María Auxiliadora como Auxilio de los Cristianos;, la reconocía y llamaba “La Virgen de los tiempos difíciles” que cobra un especial significado en las festividades de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, pues se convierte en un vínculo entre el cielo y la tierra, un lazo que une a quienes estamos aquí con aquellos que ya partieron.
En estas fechas, María, nos muestra que, a través de la oración, podemos auxiliar tanto a nuestras propias almas como a las de nuestros seres queridos. Ella es nuestro puente hacia el consuelo y la paz de Dios, una guía en nuestro camino hacia la santidad y en nuestra intercesión por quienes ya descansan en el Señor.
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